¡Que grande es este misterio!, el de la encarnación de Jesús, Nuestro Redentor. He descubierto cosas realmente importantes en torno a su figura, he quedado estupefacto, ante la grandeza de su entrega, desde la encarnación misma, comenzando así su plan salvifico que estaba desde siempre, desde al eternidad, destinado para la redención humana, por el pecado del hombre, por el pecado de la humanidad. Con ésta entrega queda demostrada la gran misericordia de Dios Padre, el gran amor que nos tiene, al donarnos a su propio Hijo, para la liberación del hombre.
¡Que grande y maravilloso es este misterio!, quedo sin las palabras para poder explicarlo, bueno quien soy yo para poder explicarlo, solo hago un pequeño acercamiento a lo que es mi experiencia de fe y como crece a través de los conocimientos que he adquirido.
La encarnación, es un acontecimiento histórico, es la manifestación divina a través de Cristo, es una es una novedad en todo sentido, ya que implica renovar el pensamiento entorno a la fe misma, inclusive el pensamiento racional del hombre. Es una novedad absoluta que obliga a repensar todo, mirar todo desde otra perspectiva.
La importancia de la unión que se produce entre la humanidad y la divinidad, en un único sujeto, en Cristo, esa unión que nos permite, por él acceder al Padre, por él entrar en la comunión es nuestro pasaporte de entrada, de esa forma nos adherimos a la divinidad. Por tanto, es por Cristo y en Cristo que entramos en el paraíso, es la puerta de entrada al reino.
Por la verdadera unión de estas dos naturalezas, la humana y la divina, es que él mismo padece, muere, pero realiza los milagros y es glorificado.
Cristo no vino a mostrar solamente el rostro verdadero del Padre, sino que también la verdadera humanidad, nuestra verdadera condición, por que él asumió verdaderamente nuestra humanidad sin el pecado (que no le es propio al hombre, que es algo ajeno a la propia constitución humana). Pero es en la propia humanidad que el mismo Dios sea hecho verdaderamente hombre, en la cual, nos viene a redimir, nos viene a liberar del pecado original, de la muerte, a darnos la esperanza de la vida eterna, para poder contemplar el rostro de Dios, contemplarlo cara a cara por siempre. Ese encuentro definitivo, donde estaremos en plena comunión con él.
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