Y esta perfecta unión se refleja en el actuar de Jesús[1], que está movido por las dos naturalezas, manifestándose según lo que le es propio a cada una, destacando de esa forma la plena unidad existente en el funcionar del Hijo de Dios, existiendo una unión indisoluble. Ya que es perfectamente Dios y hombre, es por ello que, ambas naturalezas actúan en un único sujeto.
“Pues cada naturaleza obra en comunión con la otra lo que le es propio; es decir, cuando obra el Verbo, obra lo que es propio de Verbo y cuando obra la carne, obra lo que es propio de la carne. Una de ellas resplandece en los milagros y la otra sucumbe bajo las injurias. Y como el Verbo es no se aparta de la igualdad de la gloria del Padre, así tampoco la carne abandona la naturaleza de nuestro linaje. Uno solo y él mismo es verdaderamente el Hijo de Dios y verdaderamente Hijo del Hombre, lo que ha de afirmarse a menudo”[2]
El motivo de esta encarnación es movido principalmente por la liberación del género humano, la liberación del pecado y de la muerte, es por ello que, el mismo Hijo de Dios se encarna tomando verdaderamente la condición de esclavo, para que, de esa forma se gestara el plan salvifico. Por lo mismo, debía el Verbo asumir verdaderamente la carne[3]. Porque no podía liberar al hombre sin ser Dios y sin asumir nuestra realidad humana, el riesgo que se corre es dividir ambas realidades perdiendo así su motivo soteriológico[4].
“…que el mismo Hijo de Dios es también Cristo, porque haber asumido lo uno sin lo otro, no aprovechaba para la salvación y resultaba igualmente peligroso el haber creído que le Señor Jesucristo era meramente Dios sin ser hombre o solamente hombre sin ser Dios. Sin embargo, después de la resurrección del Señor, que ciertamente fue de su cuerpo verdadero, puesto que no es distinto el resucitado de aquél que había sido crucificado y muerto”[5].
“Pues cada naturaleza obra en comunión con la otra lo que le es propio; es decir, cuando obra el Verbo, obra lo que es propio de Verbo y cuando obra la carne, obra lo que es propio de la carne. Una de ellas resplandece en los milagros y la otra sucumbe bajo las injurias. Y como el Verbo es no se aparta de la igualdad de la gloria del Padre, así tampoco la carne abandona la naturaleza de nuestro linaje. Uno solo y él mismo es verdaderamente el Hijo de Dios y verdaderamente Hijo del Hombre, lo que ha de afirmarse a menudo”[2]
El motivo de esta encarnación es movido principalmente por la liberación del género humano, la liberación del pecado y de la muerte, es por ello que, el mismo Hijo de Dios se encarna tomando verdaderamente la condición de esclavo, para que, de esa forma se gestara el plan salvifico. Por lo mismo, debía el Verbo asumir verdaderamente la carne[3]. Porque no podía liberar al hombre sin ser Dios y sin asumir nuestra realidad humana, el riesgo que se corre es dividir ambas realidades perdiendo así su motivo soteriológico[4].
“…que el mismo Hijo de Dios es también Cristo, porque haber asumido lo uno sin lo otro, no aprovechaba para la salvación y resultaba igualmente peligroso el haber creído que le Señor Jesucristo era meramente Dios sin ser hombre o solamente hombre sin ser Dios. Sin embargo, después de la resurrección del Señor, que ciertamente fue de su cuerpo verdadero, puesto que no es distinto el resucitado de aquél que había sido crucificado y muerto”[5].
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